Los comedores barriales están tomando un nuevo protagonismo y nuevas necesidades comenzaron a resurgir inesperadamente.
Tal es el caso del comedor “Hermanitos del Corazón”, que está ubicado en el corazón del barrio Primera Junta, en la zona sudeste de la capital.
Allí, Graciela hace malabares para darles de comer a unos 50 chicos los martes, jueves y sábados, desde hace cinco años.
“En un principio esto nació por las enormes dificultades de las mamás para dar de comer a sus hijos. En un momento tuvimos hasta 120 niños y no sé cómo hacíamos. Luego fue bajando la cantidad de chicos que venían, pero eso obedeció a que se abrieron otros dos comedores más en el barrio”, dijo Graciela en una calle resbalosa de la manzana 514, lote 24.
La mujer trabaja por los niños sin ningún tipo de ayuda estatal. Durante la semana pasada volvió a presentar las notas en la Cooperadora Asistencial y sospecha que seguirá esperando por alguna respuesta favorable.
A pesar de que no recibe esa ayuda oficial tan necesaria hay muchas personas anónimas que la ayudan, a pesar del aumento generalizado de precios de los últimos meses.
“Este año sentimos el sacudón de los precios y también algunos de nuestros amigos solidarios, que dejaron de ayudarnos porque a todos nos golpeó de forma indiscriminada la inflación”, aseguró Graciela.
Así es como el empresario que donaba la carne para los jueves dejó de hacerlo por razones que nadie pidió ni exigirá que le expliquen. Entonces Graciela ya no sabe cómo hacer porque los niños siguen yendo a buscar su almuerzo cada jueves.
“Las verduras no me faltan porque la gente del Cofruthos tiene un compromiso asumido con nosotros y todas las semanas vamos a retirar las cosas. La panadería El Principito también nos da una mano gigante. Con respecto a la mercadería también están bajando las donaciones, pero es porque a los aportantes ya casi no les alcanza. Son gente anónima, solidaria y trabajadora que muchas veces aportan con lo que no tienen; por eso es entendible esta situación”, dijo Graciela.
Ella trabaja con sus hijas y con los chicos que la ayudan a ir a buscar la mercadería a distintos lugares a la hora que sea.
Solo una vez le donaron los implementos de cocina y nunca los renovaron. “Mi tacho (olla) ya parece una latita de picadillo y en cualquier raspada se puede romper”, sonríe Graciela. En concreto, si hubiera que hacer una lista de necesidades se comenzaría por la carne de los jueves, la mercadería no perecedera, que siempre hace falta, dos ollas grandes como esas de escuela, cucharones y en último lugar un carrito tipo huevero para ir a buscar la mercadería con los niños.
Fuente: El Tribuno